TELEGRAFISTAS. MOVILIZADORES Y JEFES DE ESTACIÓN NOCTURNOS
Era hermoso ver llegar el alba en estaciones diferentes: Buín, Paine, Hospital, San Francisco, Graneros Rancagua y tantas otras. El amanecer se aproximaba y el cielo poco a poco empezaba a teñirse de escarlata en gloriosos días de verano o primavera y ver surgir tras la montaña los primeros rayos de sol espantando las sombras y alumbrandolo todo, recordandonos el término de nuestro turno. Como no recordar tambien aquellas terribles noches de invierno, con viento, lluvia relámpagos y truenos que hacían estallar el firmamento y el frío mordía nuestro cuerpo.
Con aquellos trenes de carga convoyados por la 1109 o la 1110, locomotroas de 50 metros de largo arrastrándo 30 carros con mercancías distintas: madera, animales, fierro, celulosa etc. que se nos venían encima a 100 kilómetros por hora y que aparecían como fantasmas mientras con el aro de mimbre en que incertaba la via libre para que el ayudante de maquinista con medio cuerpo fuera de la máquina y con su brazo y el puño cerrado formando un sermicírculo y nosotros ahí de pié firmemente a 50 Cms de la mole de acero, poníamos con maestría el aro en su sitio y el compañero sacaba limpiamente la via libre para arrojar el aro 100 metros mas allá, maniobra que se repetía para cada tren y que muchas veces nos helaba la sangre y apresuraba los latidos del corazón.
Los Lirios, Requínoa, Rosario Rengo, Pelequén y San Fernando tambien me vieron amanecer. En cada una de esas estaciones sentí la furia de los temporales y tambien sentí el armonioso trinar de los pájaros y en el canto de los gallos el preludio de la llegada del día y empezar a sentir el apresurado trajín de lugareños dirigiendose a su trabajo, caminando por andenes de estaciones trasnochadas con sus rieles brillantes y sus postes de señalización alumbrándo a rojo o verde como centinelas alertas llenos de autoridad.
Era hermoso ver llegar el alba en estaciones diferentes: Buín, Paine, Hospital, San Francisco, Graneros Rancagua y tantas otras. El amanecer se aproximaba y el cielo poco a poco empezaba a teñirse de escarlata en gloriosos días de verano o primavera y ver surgir tras la montaña los primeros rayos de sol espantando las sombras y alumbrandolo todo, recordandonos el término de nuestro turno. Como no recordar tambien aquellas terribles noches de invierno, con viento, lluvia relámpagos y truenos que hacían estallar el firmamento y el frío mordía nuestro cuerpo.
Con aquellos trenes de carga convoyados por la 1109 o la 1110, locomotroas de 50 metros de largo arrastrándo 30 carros con mercancías distintas: madera, animales, fierro, celulosa etc. que se nos venían encima a 100 kilómetros por hora y que aparecían como fantasmas mientras con el aro de mimbre en que incertaba la via libre para que el ayudante de maquinista con medio cuerpo fuera de la máquina y con su brazo y el puño cerrado formando un sermicírculo y nosotros ahí de pié firmemente a 50 Cms de la mole de acero, poníamos con maestría el aro en su sitio y el compañero sacaba limpiamente la via libre para arrojar el aro 100 metros mas allá, maniobra que se repetía para cada tren y que muchas veces nos helaba la sangre y apresuraba los latidos del corazón.
Los Lirios, Requínoa, Rosario Rengo, Pelequén y San Fernando tambien me vieron amanecer. En cada una de esas estaciones sentí la furia de los temporales y tambien sentí el armonioso trinar de los pájaros y en el canto de los gallos el preludio de la llegada del día y empezar a sentir el apresurado trajín de lugareños dirigiendose a su trabajo, caminando por andenes de estaciones trasnochadas con sus rieles brillantes y sus postes de señalización alumbrándo a rojo o verde como centinelas alertas llenos de autoridad.