Había días complicados, llenos de emoción, todo relacionado con intenso tráfico de trenes, lo que constituía un acicate para desarrollar una labor dinámica y certera y poner a prueba a cada momento una gran capacidad de organización. Los trenes de largo recorrido a Valdivia o Puerto Montt, con sus coches de dormitorio completos en que viajaban matrimonios, en luna de miel se mostraban rodeados de una atmósfera romántica
. Era hermosos ver entrar a la estación de Rancagua en donde yo desempeñaba mi puesto de Jefe de Tráfico esos trenes nocturnos con 20 coches convoyados por locomotoras a vapor, espléndidas, brillantes y luminosas con maquinistas asomados por las escotillas como si fueran astronautas envueltos en un suave misterio que hacía silbar el aire que con maestría contraía los frenos saturándo el entorno para ir deteniendo la inmensa mole de acero muy lentamente en medio del ajetreo de porta-equipajes, que disputaban su trabajo y de vendedoras vestidas impecablemente de blanco cargándo sus canastas repletas de apetitosa mercadería que ofrecían a los ávidos pasajeros asomados a las ventanas de los coches y pasajeros que subían y bajaban con tranco apresurado, mientras tanto el personal de conductores aprovechaba la detención para relajarse en el Buffet de la estación en donde el concesionario Dalmar Solís de Ovando se preocupaba de que nada faltara. El personal de mecánicos mientras tanto se dedicaba a inspeccionar todos los coches, revisándolo todo, zapatas de frenos, eslabones, cadenas y enganches y el tren no era despachado hasta que ellos no dieran su visto bueno. Recuerdo a varios de ellos, que ni se si aún existen; Pablo Zimeck, Hernán Pozo, el Chico Navarro, el viejo Pino. Pronto el nocturno ya estaba listo. El viaje a Puerto Montt era largo, 15 Hrs por lo menos, viaje que se afrontaba con entereza. El tren aflojaba frenos y yo desde mi oficina autorizaba la salida del tren Nocturno, previo contacto con la estación de Los Lirios con via libre telegráfica otorgada por Salgado Tapia. La salida se anunciaba por los parlantes de la estación, entonces el conductor hacía sonar su silbato al mismo tiempo que alzaba la mano derecha haciendola girar sibre su cabeza .-El tren salía entonces y todo se iba aquietándo. La estación quedaba cautiva en el silencio y el público lentamente iniciaba su regreso a casa después de despedir a familiares o amigos, que asomados a las ventanillas de los coches se quedaban con el último adiós hasta hacerse pequeñitos y desaparecer más allá de la oscuridad y del silencio, silencio que despertaría con la llegada del próximo tren, para repetir una vez más el revuelo y la fantasía.-
. Era hermosos ver entrar a la estación de Rancagua en donde yo desempeñaba mi puesto de Jefe de Tráfico esos trenes nocturnos con 20 coches convoyados por locomotoras a vapor, espléndidas, brillantes y luminosas con maquinistas asomados por las escotillas como si fueran astronautas envueltos en un suave misterio que hacía silbar el aire que con maestría contraía los frenos saturándo el entorno para ir deteniendo la inmensa mole de acero muy lentamente en medio del ajetreo de porta-equipajes, que disputaban su trabajo y de vendedoras vestidas impecablemente de blanco cargándo sus canastas repletas de apetitosa mercadería que ofrecían a los ávidos pasajeros asomados a las ventanas de los coches y pasajeros que subían y bajaban con tranco apresurado, mientras tanto el personal de conductores aprovechaba la detención para relajarse en el Buffet de la estación en donde el concesionario Dalmar Solís de Ovando se preocupaba de que nada faltara. El personal de mecánicos mientras tanto se dedicaba a inspeccionar todos los coches, revisándolo todo, zapatas de frenos, eslabones, cadenas y enganches y el tren no era despachado hasta que ellos no dieran su visto bueno. Recuerdo a varios de ellos, que ni se si aún existen; Pablo Zimeck, Hernán Pozo, el Chico Navarro, el viejo Pino. Pronto el nocturno ya estaba listo. El viaje a Puerto Montt era largo, 15 Hrs por lo menos, viaje que se afrontaba con entereza. El tren aflojaba frenos y yo desde mi oficina autorizaba la salida del tren Nocturno, previo contacto con la estación de Los Lirios con via libre telegráfica otorgada por Salgado Tapia. La salida se anunciaba por los parlantes de la estación, entonces el conductor hacía sonar su silbato al mismo tiempo que alzaba la mano derecha haciendola girar sibre su cabeza .-El tren salía entonces y todo se iba aquietándo. La estación quedaba cautiva en el silencio y el público lentamente iniciaba su regreso a casa después de despedir a familiares o amigos, que asomados a las ventanillas de los coches se quedaban con el último adiós hasta hacerse pequeñitos y desaparecer más allá de la oscuridad y del silencio, silencio que despertaría con la llegada del próximo tren, para repetir una vez más el revuelo y la fantasía.-