EL FUTBOLISTA "BIGOTE COVARRUBIAS"
El impecable sombrero de fieltro de Don Héctor Verdugo Meza Jefe Estación de Rancagua permanecía colgado en el perchero de la oficina, lo que era para Oscar Covarrubias, mi distinguido colega, un gran atractivo y una tentación Apenas Don Héctor se calaba la gorra y salía a terreno a fiscalizar el personal de la estación, bodega, patio y equipaje, Coca en virtud de su puesto de Ayudante estación, tomaba el sombrero fino y elegante lanzándo al aire para dominarlo de izquierda y derecha y rematar sobre un pórtico imaginario a tres dedos haciéndolo rebotar violentamente en paredes, cuadros, caja de fondos, sillones etc. El sombrero quedaba para la miseria, pero como era de calidad, pronto estaba como antes colgándo blandamente de la percha. En muchas ocasiones en éste juego participábamos ambos. Nunca hubo un reclamo, mientras nosotros intimamente guardábamos el secreto y reiamos. Formábamos un buen equipo, pero esto último revela nuestros pequeños traumas cotidianos que sin darnos cuenta nos invadían. Diariamente surgían muchos y variados problemas. Nuestro trabajo no era fácil, pero así y todo nos sobraba tiempo para eliminar tensiones y sin duda esta experiencias de vida en que hubo momentos profundamente conmovedores con instantes de grandes sufrimientos, no fué óbice para continuar viviendo en una selva de lobos y corderos, en donde ganaban los malos, perdían los buenos. Vivimos trágicos momentos que comenzaron en los años setenta, pero había colegas que no cambiaban permaneciéndo inalterables en la amistad y el compañerismo por lo que guardo para ellos un especial afecto y cariño, y el aprecio por Chicho Ibarra Díaz, Carlos Román Ascuí, Jorge Caroca Arenas, René Caroca Arenas, Enrique Burgos Romero, Sergio Anderson D. Oscar García Urrea, Juanito Muñóz, todos ellos colegas que formaban el staf de empleados de la estación de Rancagua, que a raíz de sucesos que voluntariamente ignoro nos fuimos separando y esa hermosa convivencia, se tornó débil, frágil y quebradiza hasta desaparecer, quedando solo el recuerdo con pedacitos de vida, soplos de existencia que de vez en cuando me asaltan y golpean la memoria, saturándome de evocaciones, recuerdos y mucha nostalgia.
El impecable sombrero de fieltro de Don Héctor Verdugo Meza Jefe Estación de Rancagua permanecía colgado en el perchero de la oficina, lo que era para Oscar Covarrubias, mi distinguido colega, un gran atractivo y una tentación Apenas Don Héctor se calaba la gorra y salía a terreno a fiscalizar el personal de la estación, bodega, patio y equipaje, Coca en virtud de su puesto de Ayudante estación, tomaba el sombrero fino y elegante lanzándo al aire para dominarlo de izquierda y derecha y rematar sobre un pórtico imaginario a tres dedos haciéndolo rebotar violentamente en paredes, cuadros, caja de fondos, sillones etc. El sombrero quedaba para la miseria, pero como era de calidad, pronto estaba como antes colgándo blandamente de la percha. En muchas ocasiones en éste juego participábamos ambos. Nunca hubo un reclamo, mientras nosotros intimamente guardábamos el secreto y reiamos. Formábamos un buen equipo, pero esto último revela nuestros pequeños traumas cotidianos que sin darnos cuenta nos invadían. Diariamente surgían muchos y variados problemas. Nuestro trabajo no era fácil, pero así y todo nos sobraba tiempo para eliminar tensiones y sin duda esta experiencias de vida en que hubo momentos profundamente conmovedores con instantes de grandes sufrimientos, no fué óbice para continuar viviendo en una selva de lobos y corderos, en donde ganaban los malos, perdían los buenos. Vivimos trágicos momentos que comenzaron en los años setenta, pero había colegas que no cambiaban permaneciéndo inalterables en la amistad y el compañerismo por lo que guardo para ellos un especial afecto y cariño, y el aprecio por Chicho Ibarra Díaz, Carlos Román Ascuí, Jorge Caroca Arenas, René Caroca Arenas, Enrique Burgos Romero, Sergio Anderson D. Oscar García Urrea, Juanito Muñóz, todos ellos colegas que formaban el staf de empleados de la estación de Rancagua, que a raíz de sucesos que voluntariamente ignoro nos fuimos separando y esa hermosa convivencia, se tornó débil, frágil y quebradiza hasta desaparecer, quedando solo el recuerdo con pedacitos de vida, soplos de existencia que de vez en cuando me asaltan y golpean la memoria, saturándome de evocaciones, recuerdos y mucha nostalgia.