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viernes, 11 de julio de 2008

AQUELLOS COLEGAS

RANCAGUA.- AQUELLOS COLEGAS-

Recuerdo la figura de la gran mayoría de mis colegas, compañeros y amistades que surgieron para llenar una época de mi vida . Al cerrar los ojos rememoro un desfile interminable y silencioso de imágenes como si todo sucediera como en una gran película muda acompañada de un suave rumor de hojas batidas por el viento. Contengo la respiración por algunos segundos y todo mi ser se estremece esforzándome en controlar las emociones que me invaden al estar aquí de nuevo, como visitante en la estación ferroviaria de Rancagua, con recuerdos todos saturados de nostalgia en torno a sucesos y personas que me fueron tan familiares y muchas de ellas muy queridas. Me quedo mirando en derredor y voy captándo borrosas escenas que tan pronto aparecen como se escapan, como burlándose por querer resucitar un pasado cargado de evocaciones, de añoranzas envueltas en soledad, alegría, en felicidad y remordimientos.

La estación, los desvíos, las señales, el rítmico morse del telégrafo. Trenes de carga y de pasajeros, con maquinistas y conductores dispersas en ciudades diferentes, con familia que anhelantes esperaban el ser querido.
La máquina de patio, aquellos maquinistas, Gaete, Carrasco, el viejo Silva, siempre listos en el timón de la locomotora. Los cambiadores atentos en sus casetas. Los Guardias hoscos y vigilantes recorriéndo andenes y patio. Portaequipajes afanados, infatigables y tenaces. Las venteras impacientes y esperanzadas cargando sus canastas promocionándo sus productos a la llegada de cada tren de pasajeros curiosos asomados a las ventanillas.

Los boleteros, Carlos Román Ascuí, Alberto Ibarra Díaz, Enrique Burgos Romero, asomados en sus puesto de venta de pasajes como prisioneros asomándo parte de su cara por la pequeña ventanilla protegida de barrotes, atendiendo público viajero a estaciones cuyo nombre producía un deseo irrefrenable de conocerlas. Luego se producía un zafarrancho que causaba la entrada de un tren de pasajeros trasformándolo todo, con un trajín apresurado, en medio de un frenético sonar de timbres campanas y altavoces, produciéndo una agitación dinámica con carreras gritos exclamaciones y encargos, y tantas cosas que pasaron al olvido pero que mi corazón y mi espíritu se niega a sepultar y con porfía me asaltan, como si estuvieran ahí agazapados a la vuelta de la esquina, entonces empiezo a soñar de nuevo y a dialogar imaginariamente con todos aquellos que formaron parte de mi existencia de un tiempo inolvidable que no quiso detenerse.
Cada vez que regreso a Rancagua, solo por revivir aquello, mi corazóan se llena de palpitante gozo todo envuelto en una suave fragancia y un grato perfume saturado de murmullos que llega a mis oídos como en sordina y una música lejana transportada por el viento que vuelve todo muy placentero y que sin darme cuenta creo sentir el ronco crepitar del tren sobre los rieles acompañado de pitos y campanas para detenerse jadeante bajo el inmenso techo de la estación y derramar el inconfundible aroma capturado en pueblos lejanos y campiñas con olor a viaje que se esparce en todas direcciones escapándo por puertas y ventanas, perfumándolo todo, mientras permanezco estático disfrutándo del instante sin atreverme a abrir los ojos ni dar un paso por temor a derrumbar el hechizo de esta hermosa fantasía que me oprime el corazón profundamente, yendo mas allá de mis propios sentidos . Aún absorto bajo esa enorme bóveda de cemento vuelvo a la realidad. Veo como ha pasado el tiempo. El sol ha ido huyendo y sus últimos rayos invaden la línea del horizonte, es el ocaso tras la montaña de los cerros de Doñihue para iluminar y teñir rabiosamente el cielo de escarlata , atrapando algunas nubes dispersas que se convierten en llamas en una gloriosa despedida para sumir en penumbras el recinto ferroviario que ahora se ve despoblado, triste, abandonado en donde poco a poco se van encendiendo lánguidas y amarillentas lámparas que casi nada alumbran, para entregar una perspectiva de desdicha y de melancólicos instantes, mientras que una que otra persona apresuran el tranco en su regreso a casa, ajenos a mi drama.

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¿Qué podría decir?... Bueno.. ¿Qué es la vida?, una ilusión. ¿Qué es la vida?, un frenesí. Que el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.- Calderon de la Barca).... y siguió soñando.... Los recuerdos son el aroma del alma..-Mi vida se fue plasmándo entre estaciones y trenes. Aprendí telégrafo antes de ir al colegio. Mi padre fue Telegrafista en gran cantidad de estaciones que apenas recuerdo y Jefe de Estación. Yo y mi hermano Juan Arnoldo seguimos sus pasos. Estuvimos desde Alameda a Talca en la mayoría de las estaciones que en esa época eran el eje y motor del desarrollo del país. Fuí ferroviario y creo que aún lo soy.-

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