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domingo, 13 de julio de 2008

ESTACION DE SAN BERNARDO


DONDE ESTARAN AHORA.-? ¿ QUÉ SERÁ DE ELLOS?....

Así fueron pasando los años.Uno, dos, diez veinte . A veces con lentitud y otros vertiginosaamente . Cada vez que abordaba el tren en San Bernardo, mi vieja ciudad, era todo un desprendimiento, presentía que al hacerlo me alejaba de aquellos amigos tan queridos que de a poco habían entrado en mi vida. Disfrutábamos con cosas sencillas, naturales, espontáneas, que nos hacían vivir despreocupadamente y enfrentábamos el paso de los días con alegría en medio de nuestra exultante juventud envuelta en una perenne primavera. Hoy al recordar a algunos de mis amigos más queridos, inevitablemente el nombre de Jorge Galdámes Larrea sobresale entre todos ellos. Choche le llamaban sus más cercanos. Era poco más que un niño. Alegre, juguetón, ingenuo, algo inquieto y travieso. No recuerdo bien la forma en que trabamos amistad . Era varios años menor que yo, pero eso no fué óbice para entendernos. Solíamos pasear en bicicleta alrededor de la Plaza de Armas de San Bernardo. Jorge, lo hacía cantando con voz de tenor el Barbero de Sevilla que cada vez que lo escucho inevitablemente lo relaciono con mi amigo del que nunca he sabido de el, pero que su imágen y el recuerdo de su simpatía se convirtió en un vínculo entre ese tiempo y yo.
Con frecuencia me recibía en su casa, que se ubicaba la lado norte de la estación de San Bernardo, al poniente de las vías. Su padre Juan Galdámes era funcionario ferroviario y se desempeñaba como Jefe de Tráfico en la estación Alameda. Jorge formaba parte de una familia numerosa. Creo que eran cinco hermanos. Acude a mi memoria la imágen de Amanda, una bella y silenciosa niña que me distinguió con su afecto de adolescente apacible, serena rodeada de tranquila calma. La familia, poseía una hermosa radio electrola en donde era posible deleitarse con música y melodías y en especial una de ellas, un Rimpianto de Toselli cuyos románticos sones me han perseguido a través de los años. Bueno, el tiempo pasó y empezaron a perderse todos esos seres queridos, cariñosos y amables, cuyos nombres y figuras regresan en todo su esplendor para recordarme aquellos gratos instantes , momentos de vida, trocitos de existencia que me asaltan de vez en cuando, para trastocar todos mis sentimientos-
Pienso que todo reside y vive en nuestro propio corazón y que todas las cosas pueden hacerse según se desee, pero desaparecen sin que uno se lo proponga. Por eso al rememorar aquellos tiempos. ocupa un lugar muy especial ese amigo, Jorge Galdámes, confidente y complice de mi primer amor. De ese amor casi espiritual que sentía por aquella jovencita que recién se asomaba a la vida en la gloriosa belleza de sus quince años, instantes a los cuales he consagrado un persistente recuerdo que inunda mi memoria y su voz lejana y tenue llega flotándo a mis oídos para recordar aquellos bellos e inolvidables momentos de mi adolescencia.

La vida marcó mi futuro y muy pronto empecé a alejarme de todo aquello tan querido. Los vínculos que había creado, empezaron a desaparecer . Se tornaron débiles, frágiles, quebradizos. Aparecían nuevas instancias. Mis pensamientos volaban, como volaba el tren que me transportaba a destinos diferentes, estaciones ferroviarias que marcaban mi rumbo y mi itinerario para enfrentar nuevos desafíos. Distintos colegas, distintos amigos. Pero yo jamás dejaba de soñar y cada vez que abordaba el tren en San Bernardo me iba despidiéndo mentalmente,de la plazoleta, de la estación, de la Farmacia Prat, de la calle Barros Arana. La Avenida Portales, paralela a la vía férrea y me acompañaba hasta Nos con el señorío de sus plátanos orientales en una inteminable hilera de casas y por el oriente la Maestranza Central de San Bernardo que finalizaba abruptamente formándo una punta de diamante, un poco mas al sur de la Avenida Eucaliptus, para dar paso a poblaciones que desordenadamente lo iban invadiéndo todo.-

Saliendo de Nos se desplegaba el paisaje enmarcado en montañas. El tren corría al lado de la carretera compitiendo con un desfile de vehículos que de a poco quedaban atrás. Pronto aparecía el Río Maipo,con sus puentes y portezuelos areneros y un poco más allá pequeños caseríos, aldeas humildes con largas y monótonas cadenas de casitas pintadas de diferentes colores en donde residía la pobreza, chatas, mal hechas con techumbres ruinosas de latas o tejas y jardincitos resecos en donde a duras penas florecían humildes plantas que luchaban por el agua en medio de un fenomenal desórden, circundados por rejas de madera mal alineadas, amarradas con alambre y peor construidas a punto de desplomarse y otras que ya habían caído.

A medida que la tarde avanza comienzan a encenderse timidamente la luz de sus ventanas y al mismo tiempo se van iluminando las polvorientas y tristes callecitas con lámparas que casi nada alumbran y que cuelgan de maltrechos postes de madera que amenzan con irse al suelo mientras centenares de polillas revolotean alrededor de la escuálida lumbre. Mientras tanto, yo desde la comodidad de mi asiento del tren atisbo, como un intruso, como un mirón inoportuno, el desarrollo y movimento de sus vidas. Llegamos a Buín recortándose en la puerta de su oficina el Jefe de estación, el señor Vergara a su lado como un guardián Mario Fernández el movilizador. Luego Linderos, y su Jefe Don Germán Sandoval. El tren apenas se detiene en cada estación, lo hace casi con desprecio. Bajan y suben escasos pasajeros ante la curiosa mirada del personal de la estación que se reviste de autoridad, enfundados en sus uniformes. El tren reinicia su marcha y todo vuelve a la normalidad. Todo se queda en silencio, vacío, empobrecido. La locomotora brinca en dirección al sur para devorar distancias en su camino de acero y entrar en Paine ante la preocupada atención de guarda cruces y cambiadores y la rigidéz impuesta por el Jefe Jorge Bustamante. Y otra vez lo mismo. El tren se pierde en la curva del Rincón de Paine, acompañado de las luces rojas, las fijas del último vagón.-

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¿Qué podría decir?... Bueno.. ¿Qué es la vida?, una ilusión. ¿Qué es la vida?, un frenesí. Que el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.- Calderon de la Barca).... y siguió soñando.... Los recuerdos son el aroma del alma..-Mi vida se fue plasmándo entre estaciones y trenes. Aprendí telégrafo antes de ir al colegio. Mi padre fue Telegrafista en gran cantidad de estaciones que apenas recuerdo y Jefe de Estación. Yo y mi hermano Juan Arnoldo seguimos sus pasos. Estuvimos desde Alameda a Talca en la mayoría de las estaciones que en esa época eran el eje y motor del desarrollo del país. Fuí ferroviario y creo que aún lo soy.-

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