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lunes, 4 de agosto de 2008

PLAZA DE ARMAS DE SAN FERNANDO.-


Era un lugar de encuentro y un sitio ideal para repasar las materias de estudios en esos amplios pasillos en donde crecían pinos, araucarias, palmeras y otros árboles gigantescos y centenarios que le daban a la plaza de Armas de San Fernado una gran categoría. En realidad era muy hermosa, ubicada frente al Liceo de Hombres por Argomedo y el Liceo de Niñas en la misma esquina de Carampangue en cuya cuadra se ubicaba el Teatro Municipal, la Intendencia y el Correo Central. Mentalmente voy recorriéndo lugares comunes. Ahí el viejo Liceo, compañeros y profesores. La cancha de basquétbol, la campana frente a la oficina del Rector Don Neandro Shilling. y el recuerdo inconfundible de tantos maestros: Heriberto Soto, el mejor profesor de historia y geografía que conocí. Miss Gaete, el señor Peña, grave y autoritario, era de temer, el señor Royo, el Coipo, el Peluca Ortega, Teresa Barahona, Marta Troncoso, los profe: Valderrama, Ruíz, Quijada, Vuskovich, Castillo y tantos otros cuyos nombres y figuras permanecen imborrables en mi, como tambien el de esos condiscípulos: Heriberto Soto Aliaga, Armando Peña Mac-Kaskill, Fernando Nilo Ravello, los hermanos Spronlhe, Guillermo Mac Kienze Brito, Juan Soto Aliaga, Edgardo Parraguéz. He dejado para finaliza ésta lista a mi gran y querido amigo y compañero de curso Guido Bustamante Estay, con quien solíamos filosofar dando vueltas alrededor de la Plaza de Armas, después de reunirnos con el Cura Párroco Ramírez que nos había interesado en la creación de la Juventud de estudiantes católicos. J:E:C.

Pronto debo irme y abandono el lugar con un dejo de mágica tristeza. Me embargaba un sentimiento muy íntimo al recorrer las calles de mi niñéz. Carampangue, Valdivia, Argomedo, Laja, que ahora se llama Ohiggins, etc. Por última vez, recorro con la vista la hermosa Plaza, y sin pudor en presencia de varias personas le digo adiós en un tono preñado de emociones. Fué testigo de mis primeros entusiasmos amorosos y de un hecho que sucedió muchos años después. Me detuve en el mismo lugar y ahí estaba el escaño complice, bajo un inmenso ciprés para acariciar el instante supremo y acariciar esa añoranza. Ella, muy hermosa, la gloria Yo deseaba hablar, decirle no sé que cosas, buenos las cosas que se dicen en esas circunstancias, pero el silencio y una plácida calma reinó entre nosotros para sepultar en el olvido la dulzura de ese momento.

LICEO DE HOMBRES DE SAN FERNANDO.-


Cruzo la calle Rancagua y observo que aún existe la panadería a la que diariamente acudía. La Cooperativa Ferroviaria ya no está. La funeraria de un tal Farías y una capillita católica a la que solía ir con mi madre tambien desaparecieron, como asimismo el Teatro Victoria, ubicado en calle Quechereguas, pasadito de Rancagua, ni luces. Ahí los días domingos de matinée éramos cómplices de Flash Gordon que nos hacía soñar con el planeta Marte, y aquellas seriales, El Crótalo, Aventuras de los Cadetes aéreos que llenaban nuestras cabezas de fantasías. La Avenida Manuel Rodríguez otrora tan tranquila, bulle de actividad. El Hotel Marcano aún funciona, el Almacén El Loro ahora es un supermercado y la vieja iglesia de San Francisco, en donde acudíamos a tantos meses de María con aquellos compañeros de curso, los mismos con los que nos reuniamos a jugar fútbol en una canchita en el patio trasero de la iglesia, en la que hacía malabares con la pelota el Chingolo Valenzuela, las travesuras del Sambo y de Sergio Rueda al que denominamos Cruche, con zapatillas ( Cruche jugador de la U en esa época) En realidad era como volver al pasado, solo que no encontré ningún conocido, solo sitios y lugares. La casa de mis tíos en Carampangue Esq. Curalí Nº 399, estaba casi igual. Mi tío Osvaldo Letelier Núñez se desempeñaba como profesor en la Esc. Nº 1 y la tía en la Nº 8 y posteriormente pasó al Anexo del Liceo de niñas en calle Quechereguas con Valdivia. Fuí creciéndo en esa inmensa casa en compañía de tíos que no tenían hijos en donde él tocaba el violín y la tía aporreaba el piano con un entusiasmo que aún recuerdo, mientras yo me dedicaba a leer todo lo que en mis manos cayera, desde los 32 tomos de Tarzán, hasta El Tesoro de la Juventud.

ESTACION DE FERROCARRILES DE SAN FERNANDO.


Hacía mucho frío al descender del automotor que me había trasladado desde San Bernardo a San Fernando, ciudad que recordaba con especial fascinación, con mucho afecto, con cariño por haber estado ahí desde muy niño. Desde los siete a los catorce años estudié en el Liceo de Hombres de la ciudad ubicado en la calle Argomedo frente a la Plaza de Armas.
La estación se había convertido en un paradero de trenes, siendo el único funcionario a la vista el Movilizador de la Cabina Norte que enfrenta la Avenida Manuel Rodríguez la más importante de la ciudad. Todos los servicios habían desaparecido. Miraba a todos lados por si encontraba algo conocido. El patio de trenes con sus vías vacías, enmohecidas y yo ahí de pié en medio de uno de los andenes, recordándo nombres que fueron mis colegas, compañeros y amigos: ¿ qué será del Mono Barrera, Lizana, Aceituno, del boletero Arellano, de Spronlhe y del Jefe de Estación, el señor Nilo y de tantos otros que se esfumaron y que pasaron a formar parte del pasdo de ferrocarriles. Casi no podía creerlo. La Bodega de Carga no existía. Solo un viejo y deteriorado coche. E.S. que alguna vez perteneció al servicio de Señales, desrielado contiguo a los talleres que albergaban los autocarriles. Todo es una ruina. El gran Hotel Estación que era asaltado por los pasajeros que viajaban en los nocturnos para el norte y el sur cerrado, con sus puertas a medio caer, descascaradas y llenas de rendijas, en donde es posible ver su interior invadido por el desórden la mugre y el caos.
Mientras tanto, junto a la puerta principal de la estación, una mujercita de pelo cano, con expresión de dolor en el rostro, lucha por instalar una mesa pintadita de verde que hace las veces de mostrador para ofrecer un surtido de golosinas, mientras en un brasero, hierve una tetera con agua para alguien que quiera tomar café. Todo resulta muy triste y penoso y pronto abandono el lugar por la sala de espera y enfilo por calle Quechereguas que me resulta muy familiar.-

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¿Qué podría decir?... Bueno.. ¿Qué es la vida?, una ilusión. ¿Qué es la vida?, un frenesí. Que el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.- Calderon de la Barca).... y siguió soñando.... Los recuerdos son el aroma del alma..-Mi vida se fue plasmándo entre estaciones y trenes. Aprendí telégrafo antes de ir al colegio. Mi padre fue Telegrafista en gran cantidad de estaciones que apenas recuerdo y Jefe de Estación. Yo y mi hermano Juan Arnoldo seguimos sus pasos. Estuvimos desde Alameda a Talca en la mayoría de las estaciones que en esa época eran el eje y motor del desarrollo del país. Fuí ferroviario y creo que aún lo soy.-

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